Simonne Evrard había nacido en Tournus el 6 de febrero de 1764, o, según otras fuentes, 1767. Fue la mayor de las tres hijas del segundo matrimonio de su padre, un carpintero de barcos. La niña, al igual que sus hermanas, recibió probablemente alguna instrucción en la escuela gratuita del hospicio de Tournus.
Simonne perdía a su madre contando tan solo diez años, y poco después también quedaba huérfana de padre. Es entonces cuando ella y sus hermanas se trasladan a París, donde una conciudadana les proporciona trabajo en el negocio que había abierto en la capital. Hay varias versiones acerca del empleo que desempeñó la niña, pero podría haberse tratado de una fábrica de manecillas de reloj.
Era bonita. Medía 1,62, tenía cabellos oscuros, rostro ovalado y nariz aguileña. La boca era más bien generosa y los ojos grises. Goupil-Louvigny dice de ella:
“Tengo razones para creer que la viuda Marat no era una mujer corriente, pues su cuñada me hablaba de ella con entusiasmo. Albertine conservaba religiosamente cuanto le había pertenecido. Yo personalmente fui encargado, en los últimos años de su vida, cuando se vio obligada por la necesidad, de vender diversos objetos y ropa que procedían de ella, todo lo cual poseía cierta elegancia y gran distinción”.
En diciembre de 1790 Marat, director de L’Ami du Peuple, entraba furtivamente en una casa y llamaba a una puerta en el segundo piso. Fue la ciudadana Simonne quien le abrió. Ella creía en la causa revolucionaria y admiraba a cuantos perseguían a los enemigos de la misma. Marat, desde su periódico, no cesaba de hacerlo. Meses antes había escrito:
“Hace un año que quinientas o seiscientas cabezas cortadas os hubieran hecho felices y libres. Hoy será preciso cortar diez mil. Dentro de algunos meses quizá sean necesarias cien mil; y lograréis maravillas porque no habrá paz para vosotros hasta que exterminéis todos los brotes de los implacables enemigos de la patria…”
Y poco después:
“Dejad de perder el tiempo imaginando medios de defensa. No queda más que uno, el que tantas veces os he aconsejado: una insurrección general y ejecuciones populares. Aunque fuera preciso cortar cien mil cabezas, no se puede dudar ni un instante. Colgadlos, colgadlos, amigos míos, pues es el único medio para eliminar a vuestros pérfidos enemigos. Si ellos fueran los más fuertes, os degollarían sin piedad; acuchilladlos, por tanto, sin misericordia.”
Simonne se sentía exaltada por estos discursos, pero la Asamblea Nacional acabó por molestarse. Eso fue el 19 de diciembre, el día en que Marat escribió en su periódico: “Corred a las armas… y que vuestros primeros golpes caigan sobre el infame general [La Fayette], inmolad a los miembros corrompidos de la Asamblea Nacional, al infame Riquetti el primero; cortad los pulgares de las manos de todos los nobles. Si sois sordos a mis gritos, peor para vosotros.”
La Fayette y Mirabeau se enfurecieron. El general, que era comandante de la Guardia Nacional, envió 300 hombres armados a la imprenta del periódico. Armarios y cajones fueron registrados sin contemplaciones, se secuestraron los ejemplares de L’Ami du Peuple, pero no lograron encontrar a Marat, refugiado en un sótano. Desde allí seguía escribiendo sus manifiestos. Ahora pedía a la multitud que masacrara a la guardia nacional y exhortaba a las mujeres a infligir a La Fayette “el suplicio de Abelardo”.
La furia del general se redobló. La Fayette envió a sus hombres en su busca. Marat, acosado, pasó una semana cambiando constantemente de lugar para no ser encontrado. Escribía a veces desde un granero, otras veces incluso desde las grutas del convento de los Cordeliers. Hasta que uno de los trabajadores del periódico le buscó un buen escondite en casa de su cuñada, Simonne evrard, que por la admiración que profesaba a Marat estaba dispuesta a darle refugio en su hogar.
La joven se enamoró de él apenas conocerlo. Marat era francamente espantoso, a pesar de lo cual sabemos que sedujo a Angelica Kauffmann, a la marquesa de Laubespine y a muchas jóvenes colaboradoras.
Durante el tiempo que él permaneció oculto a su lado, ambos se convirtieron en amantes. Un día, según cuenta Verginaud, ante una ventana abierta Marat tomó la mano de Simonne y “arrodillados ambos ante el Ser Supremo”, prometió desposarla “ante el vasto templo de la naturaleza, que tomo por testigo de la fidelidad eterna que te juro…”. Esa promesa iba a plasmarse posteriormente por escrito, con fecha de 1 de enero de 1792.
“Habiendo cautivado mi corazón las buenas cualidades de mademoiselle Simonne Evrard… le dejo en prueba de mi lealtad, durante el viaje que me veo obligado a hacer a Londres, la promesa sagrada de desposarla inmediatamente tras mi regreso, por si toda mi ternura no fuese suficiente garantía de mi fidelidad. Que el olvido de este compromiso me cubra de infamia.”.
En el momento del compromiso, Simonne tiene casi 28 años y él veinte más. Ella había llegado a su vida en un momento en que Marat se veía en la cuerda floja en todos los aspectos. Estaba aislado en sus posiciones políticas y su situación financiera era sumamente precaria. Ambos vivían juntos, y Simonne consigue ayudarlo también en esto, puesto que una de sus hermanas había muerto sin hijos y le dejaba una herencia. El 26 de julio de 1793, ella declara que “cuando el ciudadano Marat vino a vivir con ella, se encontraba en la más apurada de las situaciones; que por el interés de la patria y por ayudarlo en la impresión y distribución de su periódico, consumió la mayor parte de su fortuna…”.
Y, al parecer, ambos se casaron, aunque no celebraron ningún tipo de ceremonia religiosa. Según el Journal de la Montagne, Marat “no creía que una vana ceremonia constituyera condición indispensable para el matrimonio”. El propio Marat alude en su diario a una ceremonia privada al estilo Rousseau. Recordemos que el filósofo contrajo un curioso matrimonio con Thérèse en el que fue él mismo novio y oficiante a la vez. Dichos matrimonios no eran infrecuentes en determinados lugares de París, especialmente entre los sans-culottes, y a menudo eran considerados válidos por el gobierno local.
El día en que una joven de Caen solicitó audiencia con el Amigo del Pueblo, Simonne sospechó y le negó la entrada. Pero Charlotte Corday se mostró insistente y su presencia llegó a oídos de Marat, que tomaba su baño medicinal para aliviar la enfermedad de su piel. Decidió recibirla, y quedó a solas con ella. Poco después Simonne escuchaba el grito angustiado de su esposo: “¡Ayúdame, querida amiga!”, pero llegaba demasiado tarde: la daga de la asesina ya había alcanzado su objetivo y Marat moría.
Poco después la viuda dirigía un discurso a la Asamblea.
“No he venido ambicionando favores ni para lamentarme de mi pobreza. La viuda de Marat solo necesita una tumba”.
Y luego habló elocuentemente contra los que habían sido los enemigos de su marido. Los periódicos de Roux y Leclerc no sobrevivieron mucho tiempo a su denuncia. Después de eso, Simonne se retiró de los asuntos públicos para vivir en compañía de la hermana de Marat, cuya familia la reconocía formalmente como su viuda.
“Declaramos, pues, que cumplimos con satisfacción los deseos de nuestro hermano al reconocer a la ciudadana Evrard como nuestra hermana, y que tendremos por infame a aquellos de nuestra familia, de haber alguno, que no compartieran los sentimientos de estima y gratitud que sentimos por ella”.
Simonne trató en vano de defender la memoria de su esposo hasta que le sobrevino la muerte, el 24 de febrero de 1824.
Muchas gracias a los que estáis acudiendo a las presentaciones de "La leyenda del enmascarado" en diversos puntos de la geografía española. Hacemos un alto en los eventos hasta la feria internacional de la Semana Negra, el 15 de julio.