Los dioses y el culto asirios fueron un calco de las creencias de Babilonia. Los asirios idearon un amplio panteón con divinidades masculinas y femeninas, recogidas en listas que copiaban modelos arcaicos sumerios. Existe una inscrita en una tablilla de Nínive que registra 2.500 nombres de dioses.
Las divinidades, imaginadas bajo aspectos antropomorfos, fueron agrupadas en tríadas y binas, estructuradas a su vez en numerosas familias. Había dioses del cielo, de la tierra, de las aguas y de los infiernos. El complejo panteón era presidido por el dios local Assur, que pasó a ser nacional cuando Asiria se convirtió en Imperio. Algunos autores han pensado que el dios fue en su origen la propia ciudad de Assur divinizada. A la deidad le fueron trasplantadas las características de Enlil y Marduk. Rey de todos los dioses y protector de los reyes, era una divinidad guerrera que acompañaba a los ejércitos y dirigía la flecha del arquero. Assur se complacía, además, en la crueldad de las torturas que padecía el enemigo capturado y en la deportación de los vencidos. Adopta la forma de un disco alado, o bien cabalga un toro. También era el dios de la fecundidad cuando se representaba bajo la forma de macho cabrío rodeado de ramos y frutos.
Contó con importantes templos y santuarios en distintas ciudades, entre los que destaca el templo de Esharra, dentro de un conjunto arquitectónico que databa de hacia el 2100. Los zigurats, de más altura que el resto, tenían forma de torre escalonada.
Tras Assur, la diosa Ishtar, que se cree que era su esposa, gozó de gran estima. “Primera entre los dioses”, “Señora de los pueblos”, y “Reina del cielo y la tierra”, se la veneraba, sobre todo, bajo sus atributos guerreros. En el templo de Assur era conocida como Assuritum (la asiria). Acompañaba a Assur en las batallas, montada en un carro tirado por leones y empuñando el arco. En Erech era la diosa del amor, y en cuanto a tal recibió los nombres de “la dama del amor”, “la reina del placer” y “la que ama el goce y la alegría”. Una de las formas de culto a Ishtar en esta faceta fue la prostitución por parte de las sacerdotisas que le estaban consagradas.
Los dioses babilonios Marduk y su hijo Nabu contaron con muchos adoradores en Asiria, si bien en la época de Senaquerib se produjo una reacción en su contra. También Enlil, dios de las tierras, el que pronunciaba el nombre de los reyes y les daba fuerzas para cumplir con su destino; Ninurta, el hijo de Assur, y Adad, dios del rayo y de la tormenta, fueron muy venerados, lo mismo que Sin, el dios luna, titular de la sabiduría, del destino y de los oráculos. Otras divinidades eran Gula, diosa de los remedios, y Nergal, de la caza.
Shamash fue el dios de la justicia. Como juez supremo, aparece en un trono con un cetro en la mano derecha. Era “el que da vida” y “el que hace revivir al muerto”. Vencedor sobre la noche y la muerte, Shamash era el héroe por excelencia. El hecho de sondear las tinieblas con sus rayos hacía de él uno de los grandes dioses de la adivinación. Gracias a su ojo, el porvenir no tenía secretos para él.
Todo el culto, de clara influencia babilónica, estuvo minuciosamente regulado. El rey era el ishshiakum o vicario del dios absoluto, y participaba en los cultos y ritos como shangu supremo o sumo sacerdote. Era el encargado de cumplir la voluntad de los dioses y batallar en su nombre, y debía rendirles cuentas periódicamente del fiel cumplimiento de sus deberes mediante “cartas al dios”. En la época sargónida los reyes intentaron atribuirse honores divinos adoptando el título de hijos de los dioses.
Había un complejo estamento sacerdotal masculino y femenino, controlado primero por un shangu y luego por un shatammu o administrador. Los sacerdotes se agrupaban en colegios religiosos y se ocupaban de la vigilancia de los templos, de mantener la ortodoxia y de organizar el culto, que cada vez si hizo más minucioso y ritualista, centrado en el control de las estatuas, a las que se trataba como a seres humanos: se las lavaba, vestía y ofrecía alimentos. A determinadas horas del día toda la corte celestial tenía que comer y beber. Los templos contaban con parques y establos repletos de animales bien cebados. Los sacerdotes se ocupaban también de las plegarias y sacrificios, así como de las grandes fiestas, especialmente las del Año Nuevo o Akitu.
Frente a la religión oficial, el pueblo seguía otros derroteros. La gente creía en los poderes de la naturaleza y daba importancia a las prácticas astrológicas y adivinatorias, a los oráculos y a la interpretación de los sueños.
Abundaban los espíritus infernales: Pazuzu, rey de los espíritus malignos del aire, con cuerpo de escorpión alado, garras de águila y cabeza con rostro de león; Lamashtu, devoradora de niños o Labartu, demonio femenino culpable de muchas enfermedades. Los celestes existían en menor número. Unos y otros dispensaban toda clase de males o bienes según el caso. Los hombres debían atraerse el bien o evitar el mal mediante adecuadas prácticas mágicas u oraciones. Los Lamassu o espíritus benefactores, encargados de proteger al hombre, eran representados a las puertas de los templos con forma de toros alados con rostro humano. Dentro de los malos espíritus había una clase que estaba formada por los difuntos que no habían recibido sepultura y se veían obligados a vagar eternamente.
El hombre, condenado a morir, tenía la esperanza de subsistir en un tenebroso Más Allá (Arallu) gobernado por Nergal y Ereshkigal, dioses asistidos por otros seres infernales. Era un infierno en el que las almas de los muertos llevaban una existencia triste, un lugar en el que no se podía ser feliz.
Bibliografía:
El nacimiento de la civilización – Federico Lara Peinado
mercaba.org/Rialp/A/asiria_religion.htm
Historia de las religiones, vol 1 –Juan B. Bergua