"Ustedes anularon todos los privilegios, anulen también los del sexo masculino. Trece millones de esclavas llevan las cadenas que les colocaron trece millones de déspotas"
Cuando el 14 de julio de 1789 los revolucionarios tomaron la Bastilla, hubo entre ellos hubo un grupo de mujeres liderado por una joven a la que llamaban la Bella Liejense. El relato, aceptado por muchos y negado por otros, cuenta que la mujer esgrimía en su mano un sable, arma que manejaba con tanta maestría como la pistola.
Se referían a Théroigne de Méricourt, aunque no era este su verdadero nombre. Había nacido Anne Josèphe Terwagne, en la actual Bélgica, el 13 de agosto de 1762. Pertenecía a una familia acomodada, pero abandonó su hogar siendo muy joven debido a las malas relaciones que mantenía con su madrastra. Se dedicó entonces a servir en una casa, un destino que parecía muy poca cosa para una muchacha tan inteligente y hermosa. De mediana estatura, tenía el cabello castaño, grandes ojos azules; era expresiva, elocuente, y siempre elegante.
Théroigne cultivó su mente, probó suerte como cantante e inició una vida como cortesana que la condujo a Inglaterra y a Italia, siempre como amante de algún caballero. Tras vivir numerosas aventuras, a su regreso a París en 1785 abrió un salón que se convirtió en centro de reunión de los que habrían de ser los cabecillas revolucionarios. Nombres como Danton, Desmoulins y Mirabeau eran habituales en su casa.
Carta autógrafa de Théroigne
Cuando estalla la Revolución, Théroigne, amante del marqués de Persan a la sazón, se sumó a la lucha. De temperamento apasionado, no dudaba en exponer sus ideas, siempre radicales. Fundó el Club de los Amigos de la Ley, con la misión de informar al pueblo de las decisiones de la Asamblea. Los realistas no dejaban de lanzar campañas contra ella, acusándola de haber tomado parte en las jornadas del 5 y 6 de octubre de 1790, cuando los sans culottes irrumpen violentamente en Versalles. La atacabsn sin piedad, recordando siempre su pasado como cortesana.
Abandona entonces París para dirigirse a Lieja, y allí es arrestada por las autoridades austriacas, acusada de haber tramado un complot para asesinar a María Antonieta. Es sospechosa, también, de intentar sublevar a la población contra el emperador de Austria. Encerrada en el castillo de Kufstein, en el Tirol, es liberada al cabo de aproximadamente un año.
Castillo de Kufstein
A principios de 1792 los jacobinos le deparaban un recibimiento triunfal a su regreso a París. La posición de Théroigne se había radicalizado aún más, decantándose por la guerra y por la caída de la realeza.
En la primavera de ese año Luis XVI, que había pedido a las potencias extranjeras que retiraran sus tropas, recibió una respuesta negativa. Decepcionado, decidió seguir los consejos que le pedían que declarara la guerra a Austria. Théroigne vio la oportunidad de realizar cosas importantes. Tras entregar sus joyas para que sirvieran a la causa, se dirigió al barrio de Saint-Honoré, a las Tullerías, a Chaillot, y con la fuerza poderosa de su elocuencia consiguió organizar un escuadrón de amazonas para combatir al lado de los hombres.
"Ciudadanas,… Demostremos a los hombres que no somos inferiores a ellos en valentía y bravura; demostremos a toda Europa que las mujeres francesas conocen y están a la altura de las ideas de su siglo, despreciando los prejuicios absurdos y antinaturales… Francesas, levantémonos hasta la altura de nuestros destinos, rompamos nuestras cadenas. Ya es hora de que las mujeres abandonen el vergonzoso estado de nulidad en que el orgullo y la injusticia de los hombres las mantienen desde hace tanto tiempo. Volvamos a la época en la cual las galas y las altivas germanas deliberaban en las asambleas públicas y combatían al lado de sus esposos para rechazar a los enemigos. ¡Francesas! ¡Es la misma sangre la que corre por vuestras venas! Lo que hicimos en Versalles los días 5 y 6 de octubre, y en otras muchas circunstancias decisivas, demuestra que no desconocemos los sentimientos magnánimos. Así que recobremos nuestra energía, pues si queremos conservar nuestra libertad, tenemos que prepararnos para realizar las más sublimes cosas…
“Ciudadanas, ¿por qué no deberíamos rivalizar con los hombres? ¿Es que solo ellos pueden reclamar el derecho a la gloria? No, no… También nosotras desearíamos ganar una corona cívica y tener el honor de morir por una libertad que tal vez apreciamos más que ellos, pues los efectos del despotismo pesan aún más sobre nuestras cabezas que sobre las suyas…
“Sí, generosas ciudadanas, vosotras que me escucháis, armémonos. Vayamos a ejercitarnos tres veces por semana a los Campos Elíseos o al Campo de la Federación. Abramos una lista de Amazonas Francesas; y que todas las que amen de verdad a la patria escriban aquí sus nombres”.
Fueron muchas las mujeres que acudieron a alistarse en sus filas, y a ella le gustaba pasearse por todas partes con su simbólico traje de montar. Se la proclamó entonces Primera Amazona de la Libertad. Sin dejar de defender ardorosamente los derechos de las mujeres, Théroigne presentó una solicitud ante la Asamblea Legislativa:
“Señores:
"Esperamos que, animados por un espíritu de justicia, nos otorguéis:
"1º: Un permiso para que nos sea posible poseer lanzas, pistolas y sables, y hasta fusiles para las que tuvieran la fuerza para usarlos, para lo cual nos someteremos a los reglamentos de la policía.
"2º: Otro para reunirnos los días de fiesta y los domingos en el Campo de la Federación u otros sitios adecuados, con el fin de ejercitarnos en el manejo de dichas armas."
El 20 de junio la Asamblea declaró a la patria en peligro. El pueblo se armó con lanzas y se dirigió a las Tullerías. Allá iban las mujeres de Théroigne, gritando “¡Viva la nación!” y cantando el “Ça ira”. Paul Lecouer hace una descripción en su obra Les femmes de la Révolution en la que nos transmite esta gráfica imagen: “blandían cuchillos y sus ojos brillaban como los de las fieras”. Los guardias que custodiaban las puertas del palacio, con órdenes de no intervenir para evitar un derramamiento de sangre, eran asesinados rápidamente. La horda se precipitó en el interior del edificio; las mujeres cortaban las orejas de los soldados muertos y se las colgaban de los gorros. El populacho entró en el salón en el que se encontraba el rey. Luis XVI, acosado e insultado, se subió a una mesa y accedió a ponerse el gorro frigio que habían adoptado los jacobinos.
Delacroix se inspiró en Théroigne de Méricourt para la imagen de su Libertad guiando al pueblo
Pero a fines de ese año Théroigne de Méricourt comienza a mostrar su desencanto hacia el rumbo que estaba tomando la Revolución. Sus ideas feministas no contaban con muchos seguidores entre los hombres. Ni siquiera consigue ser aceptada en el Club des Cordeliers. Además, siente repulsa hacia las matanzas de los jacobinos más radicales, y acaba tomando partido por los girondinos. "Ha llegado el momento en que el interés común exige que nos unamos y sacrifiquemos nuestros odios y pasiones por el bien de todos", escribió por entonces, pero no fue escuchada.
En mayo de 1793 un grupo de mujeres jacobinas le desgarra la ropa y la apalea salvajemente en los jardines de las Tullerías hasta que llega una orden de Marat que las obliga a soltarla y le salva la vida.
Al día siguiente apareció la noticia en un diario:
“Una de las heroínas de la Revolución sufrió un pequeño revés en la terraza del Palacio de las Tullerías. En el momento en que reunía adeptos se cruzó con partidarios de Robespierre, que al no desear ver aumentado del Partido de Brissot se apoderaron de la luchadora y la azotaron con el entusiasmo que los caracteriza. Apenas pudo la guardia arrancar a la víctima de los enfurecidos”.
Su cuerpo se recuperó de las graves lesiones, pero su mente no logró salir entera. A partir de ese momento Théroigne comienza a dar muestras de inestabilidad mental. Se recluía en su casa, completamente desnuda en recuerdo de la humillación sufrida. La internaron en un asilo en 1795. Años más tarde la trasladarían al hospital de la Salpêtrière.
Semelaigne dejó un relato demoledor en el capítulo de su libro dedicado al doctor Esquirol, que la atendió durante esos años:
"Théroigne no quiere soportar ningún vestido, ni siquiera una camisa. Todos los días, mañana y tarde, varias veces por día, inunda su cama o mejor la paja de su cama con varios baldes de agua, se acuesta y en verano, se tapa con su sábana agregando la frazada en el invierno. Le gusta pasearse descalza en su celda de piso de piedra e inundada de agua.
"El frío riguroso no le hace cambiar este régimen… Cuando hiela y no puede tener abundante agua, rompe el hielo para obtener agua, mojarse el cuerpo y en especial los pies. A pesar de que su celda es pequeña, oscura, muy húmeda y sin muebles, la encuentra muy bien, arguye estar ocupada en cosas muy importantes: sonríe a las personas que se le acercan; a veces responde bruscamente “No lo conozco” y se mete bajo la frazada. Raras veces responde adecuadamente. A menudo dice: “No sé; lo olvidé”. Si se insiste, se impacienta; habla sola en voz baja; articula frases entrecortadas con las palabras “riqueza, libertad, fraternidad, Comité, revolución, pícaros, decretos, orden de arresto, etc. Odia a los moderados”.
El 9 de junio de 1817 fallecía Théroigne de Méricourt sin haber recobrado la razón. Era el triste final de la infatigable luchadora que un día fue la Amazona Roja, la Furia de la Gironda... y la Libertad guiando al pueblo.